Y al final de la película, al cabo de un año de guerra atroz, te quedas con la imagen de la comandante de la Guardia de Fronteras de Otchakiv, junto a la desembocadura del Dnieper, frente a la península de Kinburn, ocupada por los rusos.

Es una mujer rubia y valiente, una madre abnegada que, fusil en mano y binoculares al cuello, habla todos los días por Zoom con su hijo Daniel, de siete años, para ayudarle a hacer sus deberes, aunque no haya podido estar con él más que dos veces desde que empezó la guerra.

Sánchez, Azovstal y el aniversario de la guerra de Ucrania.

Sánchez, Azovstal y el aniversario de la guerra de Ucrania. Javier Muñoz

Es una imagen de película; pero esto, Ucrania, la invasión, la resistencia, las atrocidades, la abnegación, el coraje, no es una película. O, mejor dicho, sí, también es una película, la última película de la realidad, el gran documental que ha rodado sobre el terreno nuestro columnista Bernard-Henri Levy: Slava Ukraini [Gloria a Ucrania].

Hace tres semanas Cruz y yo estuvimos en el emblemático cine Balzac de París, junto al Arco del Triunfo, en el preestreno de Slava Ukraini y la prueba de que lo filmado por los cámaras que acompañaban a nuestro Bravo Hermano Liberal constituye mucho más que una emocionante y desgarradora película es que algunos de sus mejores héroes estaban allí en la sala, entreverados con el expresidente François Hollande, con el ex primer ministro Manuel Valls, con algunos de los intelectuales y periodistas de referencia de las últimas décadas (Einthoven, Joffrin, Giesbert…).

Estaba el rabino de la sinagoga de Uman que bajo la protección de su barba larga y sabía da asilo y refugio a cuantos huyen de los bombardeos rusos. Este hombre es la prueba viviente de la monumental falacia de Putin al asimilar al gobierno y las instituciones de Ucrania con los nazis. "Ucrania vencerá porque tiene razón y porque Rusia es un tigre de papel", nos dice.

Y en el cine Balzac estaba también Ilya Samoilenko, el vicecomandante de los numantinos topos de Azovstal que asombraron al mundo. Sus facciones armónicas sobre dos metros de altura, su elegante traje de ejecutivo o, si se quiere, de galán de cine, su inglés impecable, contrastan, ahora especialmente, con su ojo artificial y la prótesis de titanio con forma de garfio que sustituye a su mano izquierda.

BHL ya entrevistó para EL ESPAÑOL a este personaje real que parece de película, cuando hace nueve meses aun seguía atrincherado en el subsuelo de la gran acería de Mariúpol. La última esperanza para los sitiados bajo el incesante bombardeo ruso era entonces que un barco occidental acudiera a rescatarlos.

Samolienko, capturado por los rusos y liberado en un intercambio de prisioneros, se sincera ahora con candor: "Hay algo que no te dije en mayo. Sabíamos que nunca llegaría ese barco. Sabíamos que de hecho éramos hombres muertos… Y cuando te sientes liberado de la vida, tus manos están desatadas y eres capaz de lo que haga falta".

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En un momento de esta película que es mucho más que una película -ojalá podamos verla pronto aquí- BHL equipara a los voluntarios de hasta 30 nacionalidades distintas que se han sumado a la defensa de Ucrania con los de las Brigadas Internacionales de la guerra de España. Sánchez hizo el mismo paralelismo el jueves en Kiev, reclamando que Ucrania no corra nuestra misma suerte cuando "fuimos un país olvidado por la comunidad internacional".

Ha sido criticado por ello y es verdad que hay diferencias importantes, pero la sustancia, desde la perspectiva internacional, es la misma: el dilema de intervenir o no intervenir en defensa de una democracia imperfecta, cuando el totalitarismo ya lo hace para destruirla. De hecho, para Putin en Ucrania, o al menos en el Donbás, también había una guerra civil en la que se sentía concernido.

Esa fue la coartada de su "Operación Militar Especial". Si las democracias se hubieran quedado de brazos cruzados, como ocurrió en el caso de España, los sublevados rusófilos, apoyados por los tanques, aviones y cañones del Kremlin, habrían acabado fácilmente con la República de Ucrania y Zelenski se habría convertido en Azaña por la vía rápida.

"¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dejar nuestro confort para defender a nuestro país, arrastrándonos armas en ristre por el barro de Jersón?"

Puestos a extrapolar ambas situaciones históricas, lo que yo no dejo de preguntarme, a la vista de la acumulación de estas imágenes de cadáveres, trincheras, mutilados, cámaras de tortura, horror y sufrimiento por doquier es cuántos de nosotros, los españoles de hoy, estaríamos dispuestos a dejar nuestros hogares, nuestro hedonismo y nuestro confort para defender a nuestro país, arrastrándonos armas en ristre por el barro de Bahmut, de Zaporiyia o de Jersón.

Hace ya tiempo que el mullido Occidente dejó atrás el Dulce et docorum est pro patria mori. Basta ver Sin novedad en el frente para comprobar cómo los horrores de la guerra se convirtieron durante el siglo XX en un antídoto fulminante contra el militarismo y el nacionalismo exacerbado. Todos, casi todos, somos pacifistas por conciencia, pero a la vez por conveniencia.

¿Nos rendiríamos entonces, si fuéramos atacados, como gran parte de la comunidad internacional, empezando por supuesto por el Kremlin, creía hace un año que lo harían Zelenski, sus ministros, sus generales, sus soldados y sus seguidores?

Por si no hubiera otras razones, el inquietante enunciado de esta pregunta debería zanjar cualquier duda sobre la pertinencia de incrementar la ayuda económica y militar a Ucrania hasta donde haga falta y durante el tiempo que haga falta. Porque los ucranianos están librando la guerra justa, la guerra defensiva, la guerra protectora de una sociedad parecida a la nuestra, que la mayoría de nosotros no nos atreveríamos a librar.

Por insistir en la metáfora de Larra, Ucrania se ha convertido en el "palenque" en el que se dirimen los conflictos del siglo XXI, igual que España sirvió para ello de manera reiterada en el XIX y el XX. Ahí está nuestro dique de contención y nuestro frente de batalla, con la singularidad de que son otros los que matan y mueren en lugar de que lo hagamos nosotros.

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Frente a quienes invocan el riesgo de que la ayuda militar a Ucrania pueda generar una escalada hacia la Tercera Guerra Mundial, cabe argumentar, que la pasividad de las democracias ante la intervención de Hitler y Mussolini en la guerra de España fue uno de los factores que pavimentó el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.

Por eso es tan alentador que incluso cuando más empeñados parecen el PSOE y el PP en hacernos creer que no están de acuerdo en nada, les esté resultando imposible ocultar su total coincidencia ante la guerra de Ucrania.

Es el inesperado dividendo de la invasión. El cierre de filas de quienes tanto airean sus diferencias. A la hora de la verdad, bajo las cutículas de los dedos magullados por el pulso interminable de un combate impostado, alborea nívea la misma lúnula de unas uñas limadas por la civilización.

"Este gran consenso social es la prueba de que al amparo del régimen del 78 han arraigado en la sociedad española los valores del europeísmo democrático"

Es el reflejo de los grandes valores transversalmente compartidos por la gran mayoría de la sociedad española. Una sociedad mucho más cohesionada en torno a los principios esenciales de la convivencia de lo que sugiere la polarización de las élites en el teatrillo mediático.

Este nuevo gran consenso social en torno a un asunto decisivo es la prueba de que al amparo del régimen constitucional del 78 han ido arraigando en la sociedad española, poco a poco, a base de pequeños progresos reiterados durante casi medio siglo, los valores del europeísmo democrático.

Ya no somos diferentes porque el "problema de España" ha encontrado su solución en su hábitat natural. De ahí la importancia de constatar el perímetro de la comunidad política a la que pertenecemos y cuales son los grandes desafíos para su fortalecimiento.

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Respecto a lo uno, digamos que formamos parte del bloque occidental liderado por los Estados Unidos a través de la Alianza Atlántica; pero que, aunque estamos juntos sin ambages, no estamos revueltos. La autonomía estratégica europea no es una quimera, imaginada por Borrell, sino una necesidad vital para la UE.

No es que no nos fiemos de los Estados Unidos -aunque después del asalto al Capitolio y la retirada de Afganistán nuestra confianza se haya tambaleado-, es que necesitamos fiarnos de nosotros mismos. Sólo garantizando la libertad de Europa garantizaremos nuestro bienestar y prosperidad. No es casualidad que un gran empresario como el presidente de Telefónica, José María Álvarez Pallete, esté reivindicando una y otra vez esa autonomía estratégica al unísono de los dirigentes políticos.

Las tres prioridades parecen claras. En primer lugar, Europa necesita autonomía en la Defensa y eso implica desarrollar un Ejército Europeo coordinado con las fuerzas de la OTAN. Toca incrementar el gasto militar y es la hora de nuestra industria de Defensa con un campeón nacional como Indra, empresas públicas como Navantia y compañías privadas que ocupan sofisticados nichos de alta tecnología como Oesía.

"El gran desafío para la UE es la interconexión, de ahí que resulte tan lamentable el desacuerdo entre Sánchez y Macron por el Midcat"

En segundo lugar, Europa necesita autonomía energética para sustituir el gas ruso y no depender del suministro norteamericano por barco. El carácter benigno de este invierno que hemos afrontado con los depósitos llenos ha enmascarado el problema, devolviendo incluso los precios a sus baremos anteriores. Pero un año más de guerra acarreará peores consecuencias. Máxime si la apertura de la economía China succiona gran parte de la oferta.

Toca acelerar la transición energética aprovechando nuestra potencia en renovables, pero aparcando a la vez las supersticiones sobre las nucleares. El gran desafío para la UE es la interconexión. De ahí que resulte tan lamentable el desacuerdo entre Sánchez y Macron, primero sobre el gasoducto del Midcat y ahora sobre el hidrogenoducto entre Barcelona y Marsella. Ojalá el semestre de nuestra presidencia europea sirviera para zanjar esa cuestión.

Y el tercer gran asunto, el de las telecomunicaciones, con todas sus derivadas como la inteligencia artificial, la ciberseguridad o el metaverso, es el que va a tener precisamente el foco puesto cuando este lunes se inaugure el Mobile de Barcelona, bajo la presidencia de Pallete. Por primera vez un español está al frente de la GSMA -gran club mundial de las telecos- y está claro que no va a desaprovechar la oportunidad de impulsar los grandes debates que afectan al sector desde esa perspectiva europea.

[Editorial: Apoyar a Ucrania va más allá de Sánchez y Feijóo]

Por un lado, tenemos la "consulta" que acaba de lanzar el comisario Breton sobre cuál debería ser la "participación justa" de las grandes empresas tecnológicas norteamericanas -Google, Amazon, Meta, Microsoft…- en la financiación de las infraestructuras que les permiten generar sus monumentales cifras de negocio.

La segunda cuestión interrelacionada es la urgencia de flexibilizar la regulación que restringe el desarrollo y competitividad de las telecos europeas frente a sus homólogas estadounidenses y chinas. Una primera piedra de toque va a ser la decisión de las autoridades de la competencia ante la fusión de Orange y Más Móvil en España. Sin procesos de consolidación, Europa en su conjunto puede verse relegada a ese triste papel de aportar sólo el "palenque" en el que las superpotencias diriman la pugna por la hegemonía mundial.

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Se trata de algo que va mucho más allá de los intereses empresariales. Baste decir que en los primeros meses de la guerra de Ucrania los ataques selectivos rusos destruyeron o dañaron 4.000 estaciones de telecomunicaciones y 60.000 kilómetros de fibra. Según el reciente informe de la UIT -agencia de telecomunicaciones de la ONU- su reparación tendrá un coste de nada menos que 1.800 millones de dólares.

E incluso antes que todo eso, fruto de la destrucción de infraestructuras de forma convencional, llegaron los ciberataques rusos que grandes empresas como Microsoft contribuyeron a paliar protegiendo en su nube los datos sensibles del gobierno ucraniano. Es muy significativo que cuando, a finales del año pasado, el Ministerio de Defensa presentó su Sistema de Combate en el Ciberespacio (SCOMCE), apostara por la externalización de servicios, en un marco de colaboración público-privada y subrayara la enorme potencialidad de la Plataforma de Ciberinteligencia Avanzada que impulsa Telefónica.

La prioridad actual de todo agresor es en definitiva dejar a todo agredido inerme, sin luz ni combustible, informativamente a oscuras y desprovisto del acceso a sus propios datos. Igual que lo hizo frente a la pandemia, Europa necesita vacunarse frente a esos virus infecciosos de forma autosuficiente.

Fue un gran motivo de orgullo ver banderas españolas en el parlamento ucraniano, justo la víspera del aniversario del inicio de la invasión rusa. Y escuchar al presidente Sánchez hablar en términos que suscribe plenamente el PP. Al margen de la conveniencia de trasladar esas mismas escenas y ese mismo espíritu a nuestros Congreso y Senado, el orgullo debería convertirse en una llamada a la acción en las áreas estratégicas en las que nos jugamos el futuro. EL ESPAÑOL lo volverá a hacer, dentro de un mes, en su III Wake Up, Spain!.