El incomodador por Juan Sardá

El mejor de los tiempos, el peor de los tiempos

8 enero, 2013 01:00

El anuncio de los Goya pone el colofón a un 2012 muy bueno de puertas para fuera (cuota de taquilla del 20% y exitazos por doquier) y muy malo de puertas para adentro del cine español (descenso de rodajes, paralización de la industria, deudas del Estado que ponen en peligro la continuidad de muchas productoras).

Algunas reflexiones al respecto.

1. Los Goya premian lo clásico. Hay quien espera que los Goya premien a la "mejor película", pretensión tan vacua como que lo hagan los Oscar. Los premios aplauden la calidad artística pero también la proyección comercial. Es una entente natural que a veces ha producido sorpresas (La soledad de Rosales) y otras veces resultados discutibles (Camino) pero las academias ya se sabe que son académicas y sus decisiones casi de forma natural suelen ser conservadoras. Y eso que Blancanieves, la película más nominada, es muda y en blanco y negro, características que cuando se hablaba de The Artist, un año atrás, parecían revolucionarias.

2. Luces y sombras. Pocas veces un presidente de la Academia ha podido salir al escenario luciendo mejores resultados. El año pasado, tres películas nacionales, Lo imposible, Tadeo Jones y Tengo ganas de ti no solo superaron el millón de espectadores, también se colaron entre las diez más vistas, un hecho insólito en décadas. La propia naturaleza popular de estas películas, que asimilan modelos de Hollywood (el cine de catástrofes, la animación con referencia a Indiana Jones indisimulada y el drama adolescente) para darles un barniz patrio parece consolidar un verdadero cambio de tendencia en la percepción del público de nuestra cinematografía. Probablemente, el desplazamiento de una generación más asociada a guerras ideológicas y la aparición de una nueva que busca al público sin coartadas estimula ese cambio de opinión. El éxito de una película de género como El cuerpo las últimas semanas de diciembre parece corroborar esa mutación fundamental en la apreciación de los españoles sobre su propio cine, al que recurren buscando entretenimiento puro y duro como lo hacen con las películas americanas.

3. La variedad. Es frecuente que la gente hable del cine español como un todo homogéneo, y también es probable que si una hipotética encuesta preguntara cómo lo definirían mucha gente (sobre todo los que no van al cine) seguiría dando unas pautas: subido de tono, preferentemente cómico o en su defecto truculento, costumbrista... y etc. Sin embargo, la realidad es que el cine nacional es, incluso de una forma muy acusada, muy variado. Se consolida el modelo industrial representado por Bayona y González Molina, que no sólo dominan a la perfección el lenguaje universal del cine con remitente en Hollywood al que están acostumbrados los espectadores, también su habilidad a la hora de manejar las emociones y dominar el terreno de lo sentimental. Pero existe más cine español que no funciona tan bien pero sigue encontrando su camino y que debería beneficiarse (como sucede en Estados Unidos, donde lo comercial arrastra lo arriesgado e independiente) del éxito del primero: ahí está el éxito de Una pistola en cada mano, una película que ha conquistado a ese público urbano y maduro huérfano de historias que retraten sin las truculencias mencionadas la realidad española, o la propia Blancanieves, en la que se da rienda suelta a una reinterpretación en clave vanguardista de los símbolos nacionales.

4. Los dilemas del cine de autor. A pesar de la tendencia tan patria a crucificarnos, este problema se da en todas partes del mundo. Cada vez más, las películas parecen dividirse entre películas evento de grandes magnitudes que congregan millones o pequeños filmes destinados a un público muy específico que, para colmo en España, tiene asimilada la piratería como un derecho adquirido. Son películas como El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, estreno el viernes, o Animals, de Marçal Forés, o la aún inédita La lapidación de Saint Etienne que luchan en un panorama desalentador y a las que la Academia debería prestar más atención pues un cine comercial saludable necesita imperiosamente de la vanguardia para sobrevivir. Caso aparte merece el ninguneo de Diamond Flash por oscuras medidas proteccionistas de los dueños de las salas (el presidente de la propia Academia es el dueño de los Renoir) que no se entienden en los tiempos que corren y devalúan la credibilidad de los premios.

5. Cuestión de marketing. Hay quien opina que el cine español es el que es y que unos años son buenos, otros malos, pero todo sigue igual porque es un sector muy sensible a la aparición de grandes nombres (Almodóvar, Amenábar etc) o de hitos concretos y al final todo depende de ellos. No es cierto. La excelencia técnica y creativa de Lo imposible o los éxitos internacionales de los últimos años parecen estar finalmente calando en un público tradicionalmente reacio que hoy parece menos predispuesto que ayer a ver en el sector a una pandilla de subvencionados. En esta evolución hay que resaltar que el cine patrio parece comenzar a dominar la comunicación y el marketing, herramientas en las que ha sido por lo general torpe.

6. La negociación con el gobierno. Más allá de lo lamentable que pueda resultar que menos de cinco años después de una ley que conllevó todo tipo de lamentos y conflictos ya no sirva para nada, lo cual introduce un elemento de inseguridad jurídica en nuestro espectro poco edificante, lo conveniente sería que el ICAA cerrara cuanto antes un nuevo modelo de financiación para el cine. Las conversaciones se están desarrollando estas mismas semanas y existe la promesa de que como mínimo antes del verano habrá un nuevo modelo que previsiblemente patrocinará la inversión privada y reducirá el alcance de las subvenciones. Es una coincidencia excelente que esa negociación se produzca en un momento en el que el cine español está cosechando éxitos dentro y fuera de nuestras fronteras. Es un triunfo que el actual gobierno debería hacer propio como parte del potencial económico de España para dejarse definitivamente de obsoletas luchas partidistas y políticas que pertenecen a un pasado cada vez más remoto.

Image: Documenting André Cadere (1972-1978)

Documenting André Cadere (1972-1978)

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